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miércoles, 26 de agosto de 2015

Está claro que las películas de Will Smith transmiten mensajes positivos a puro propósito del actor. En múltiples entrevistas ha dejado en claro su filosofía entusiasta de la vida, y una que otra vez he disfrutado de los grandes títulos "Siete almas", "En busca de la felicidad", "After Earth", "Soy leyenda" entre otras más que superan muy por delante al frívolo y liviano entretenimiento hollywoodense, haciendo que el cine moderno tenga más contenido, de gratificante consecución.

Como su última producción por ejemplo, parcialmente grabada en Buenos Aires, "Focus" me ha recordado una reflexión acerca de una cualidad humana olvidada casi por completo en nuestro mundo moderno. Se trata de la capacidad más importante digo yo, aquella que todos tenemos que no sabemos aprovechar, concentrarse a voluntad. Hombres y mujeres somos poseedores de esta facultad, como si de un privilegio máximo se tratara, que nos distingue, nos enaltece, nos adecenta por sobre los otros mamíferos que hacen poco más que mamar, execrar y aparearse desinhibidos y sin descanso hasta la muerte.

Ya lo había leído antes, por supuesto, en sus diversas formas y matices. Desde perspectivas religiosas hasta neurocientíficas, desde literatura metafísica hasta divulgativa. Que la humanidad saca más provecho de la vida cuando se concentra en lo que hacen sus manos, en aquel preciso instante en que la mente, muy a su mala costumbre, abandona el quehacer inmediato y se ocupa ya sea del porvenir, de las preocupaciones de la vida, o sencillamente de cualquier cuestión que no sea estar consciente del presente.

Claro que, en la película Will Smith emplea esta habilidad de focalizarse para robar relojes, anillos y billeteras que terminará vendiendo su mafia de "carteristas". Y es que su éxito se debe, precisamente, a que le roba a personas distraídas, cuyas mentes divagan en algún suburbio colorido de su propia imaginación. Sin darse cuenta, ya perdieron la pulsera, no tienen más reloj, y las tarjetas del banco han desaparecido en un pestañeo.

Escribió Ellen White: "La capacidad de fijar los pensamientos en la obra emprendida es una gran bendición" y yo añado: La incapacidad de fijar los pensamientos es la peor maldición porque allí está la tragedia del ser pensante, que ya no piensa que el ser está siendo.

Va en el bus, la inercia le empuja y jala al asiento, sus posaderas reciben los golpes de la pista, el cobrador le grita al oído que pague con sencillo pero sus pensamientos van en otra frecuencia. Naturalmente son los problemas de la vida, la familia, las deudas, las frustraciones laborales, la ansiedad por el mañana cargadas de emociones tan intensas que su mente termina cediendo su preciosa energía al desenfoque del entorno, al abandono del presente. Pierde precisión y deja ir lo mejor de su vida, lo único que realmente le pertenece: el ahora. Es una historia muy triste.

Por qué no detenerse un momento para sentir, para ser. Respirar hondo y con la frente en alto, exhalar suavemente preguntando: ¿Qué estoy haciendo? ¿Qué estoy pensando? ¿Qué relación tiene lo que hago y lo que pienso? Para la mente dietética habituada a la distracción y la fantasía, éste es un ejercicio difícil. Pero quien reconoce la fuerza de voluntad, logrará disciplinarla como el jinete sobre el equino indomable.

"Tienes que reconocer tus deberes actuales y cumplirlos sin permitir que tu mente se desvíe... Aquellos que aprenden a concentrar sus pensamientos en todo lo que emprenden, por pequeña que parezca la obra, serán útiles en el mundo".—Mensajes para los Jóvenes, 147.

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